miércoles, 21 de diciembre de 2011

El Caso Aróm


     Mirando las estrellas como hacía cada vez que tenía un tiempo libre en la noche para relajarse, un tiempo para perderse en sus pensamientos, para imaginar, para soñar, para escapar...

     A diferencia de otras veces no había sacado su telescopio, aquel telescopio gris de gran manufactura que compró con lo que vino juntando durante años para ese propósito y el cual encontró en aquella tienda fotográfica dos meses antes acompañando a su prima a comprar un álbum de fotos, no tenía en mente regresar esa tarde a su casa con dicho aparato, no aún, pero el precio de la tienda, por próxima mudanza, era increíble, regresó con el dinero lo más rápido que pudo temeroso de que hubieran comprado los dos que tenían, porque las cosas son así, uno puede ver algo por mucho tiempo pero cuando se decide por ello o tiene los medios para conseguirlo ya no está, justo ese día alguien se adelanta, ¿Podría ello encajar en la Ley de Murphy?, quizá, pero éste no sería el caso... podría empezar a adentrarse en aquel espacio que se le presentaba tan amigable pero a la vez tan misterioso, acercar esas estrellas, acercarlas esa misma noche...
   -   Sí señor,  ¿el negro o el gris?
   -   Humm... eeel gris, por favor

     Durante varias semanas dedicó horas a escrutar el espacio, era como un niño con su juguete nuevo, y como tal, cuando creyó haber escrutado todo lo interesante que podía con el alcance que le permitía ese aparato, dejo de dedicarle tanto tiempo, después de todo, pese a ser de gran calidad, no dejaba de ser un telescopio para aficionados. Por ello, esa noche no lo sacó, esa noche sólo quería ver las estrellas tal como hacía antes, no con el afán científico, sino con algo de romanticismo, algo de nostalgia, sólo ver las estrellas, verlas, perderse en ellas...


     Después de haber divagado buen rato en ese manto negro de puntadas luminosas al que entregaba sus pensamientos, respiró hondo, sintió que era suficiente por esa noche, se sentó, aclaró su mente y se levantó, era hora de ir a su dormitorio, levantó la mirada al cielo y la bajó, dio un par de pasos, pero su mente le dijo que algo no era normal, algo no encajaba, al bajar la vista había captado de reojo un actor que no encajaba en aquel escenario que le repetía todas las noches la misma escena. Volteó a ver seguro de encontrar la lógica al suceso, afinó la vista... ¿qué era aquello?, lógico, un avión, sino fuera por el movimiento hubiera pasado por una estrella más, se volteó nuevamente, pero antes de dar otro paso algo en su mente le dijo que analizara nuevamente aquel lejano punto luminoso en desplazamiento, sí, algo no encajaba, examinó nuevamente aquella luz, los aviones tienen luces intermitentes en las alas y en la cola, eso lo sabía, ¿porqué éste no hacía lo mismo?, buscó nuevamente la respuesta lógica en su cerebro, un helicóptero, quizá un globo aerostático o uno de esos con propaganda luminosa, ya antes había visto uno, igual no era tan importante, ya era hora de entrar a la casa. Se daba media vuelta cuando...
   –    No espera..., la velocidad, esa velocidad...

Volvió a ver. Efectivamente, aunque se encontraba a varios kilómetros de distancia, era fácil notar la distancia que cubría en su desplazamiento, ya casi salía de su alcance visual.
   -     Un jet, un avión de combate en una prueba de vuelo...

Ir a buscar el telescopio hubiera parecido la idea más sensata, pero aquello tomaría tiempo, calculaba en su mente cuanto tiempo tomaría el bajar corriendo por él, abrir el cajón, sacarlo de su caja, subirlo y montarlo en el trípode, no, era demasiado tiempo, y para cuando regresará posiblemente aquella luz ya se habría ido, así que decidió seguir observando a simple vista.

Aunque buscaba la explicación lógica, sabía que incluso lo ilógico podía ser una respuesta, era una probabilidad, por mínima o insignificante que fuera una probabilidad, no dejaba de ser eso: una probabilidad.

Tenía una respuesta a aquel fenómeno que no quería aceptar, quizá porque cuando uno se vuelve adulto deja de creer en cosas fantásticas, o al menos es lo quiere pensar y trata de convencerse de ello.  Pero ¿Cuál hubiera sido la respuesta “lógica” de un niño ante aquel suceso?

     Su madre estaba por acostarse, sabía de la fascinación del hijo por las estrellas, y sabía que podía pasarse horas observándolas, lo cual no era muy conveniente en esa época del año pues él se encontraba en exámenes de fin de ciclo y sabía mejor aún lo que le costaba levantarse al día siguiente cuando se excedía en su afición hasta las primeras horas de la madrugada, especialmente cuando subía con el telescopio ese, no sabía que esa noche no lo llevaba consigo, no lo había subido, lamentablemente.

Aróm pensó que ya no había nada más que hacer ahí, el punto ya no era observable a simple vista, a esa distancia sólo quien sabía que estaba por ahí podía ubicarlo, pero en unos segundos ya ni eso sería posible, además ya empezaba a tener sueño, se decidió ahora sí a ir a su dormitorio, pero algo le hizo cambiar de parecer radicalmente, algo hizo que Morfeo lo soltara y lo atrapara el asombro.

Aquel punto de luz hizo algo que ningún punto de luz lógicamente explicable hubiera hecho y lo hizo sólo un segundo antes de que Aróm volteara y se perdiera la escena, aquel punto cortó su trayectoria de oeste a este y se desplazó en un ángulo recto hacia el sur, un ángulo tan bien formado que hubiera podido medirse con un transportador y hubiera marcado esos 90º sin error milimétrico, pero hizo esto sólo para volver a dirigirse mediante otro desplazamiento similar al punto cardinal de donde empezó el avistamiento. Había que aceptarlo, aquella respuesta improbable al inicio era ahora la más lógica.

Aróm miraba pasmado aquel punto que nuevamente se convertía en algo más grande, pasaría esa luz de nuevo frente a sus ojos, sólo un poco más alejada que al inicio, sintió un escalofrío en su cuerpo, mirándola sólo atinó a pensar nuevamente en su telescopio, si hacía su mayor esfuerzo y corría como nunca por él, tendría una posibilidad de ver aquello tan cerca como nadie, era ahora o nunca, corrió...

Saltó los escalones de cuatro en cuatro, atravesó la puerta de su dormitorio sin perder tiempo en encender la luz, y a oscuras abrió el cajón sacudiéndolo pues éste parecía  mostrarse reacio a facilitar las cosas, reconoció al tacto el estuche del telescopio y lo jaló, se dispuso a correr nuevamente pero no logró avanzar ni un paso pues el estuche parecía querer regresar a aquel cajón, ¡¿Qué era esto, un complot?!, tanteó a oscuras, un cable parecía haberse enredado en el asa del estuche, arrancó el cable con furia, habría un transformador que arreglar más adelante, pero ahora no importaba, había perdido segundos valiosos en aquella lucha, corrió como si lo hiciera por su vida, saltó nuevamente las escaleras abrazando fuertemente el estuche contra su pecho, faltando dos escalones resbaló, se reincorporó como pudo y terminó de subir apoyándose con una mano, corrió con el estuche hasta el borde del muro, el punto de nuevo se alejaba en el horizonte y no había garantía de que virara nuevamente.

Abrió el estuche casi rompiendo los seguros, que importaba, si algo justificaría la tenencia de ese telescopio era precisamente aquel suceso, las manos le sudaban, todo él sudaba, sacó el telescopio y tuvo que volverlo a poner, primero era el trípode, y el trípode fue extendido, no quería levantar la vista para ver la posición de la luz, perder un segundo más era demasiado, montó el telescopio en el trípode y acercó el ojo al lente, sólo quedaba ubicar el punto y tendría la historia más interesante de su vida, giró el aparato unos centímetros y el lente se alejó instantáneamente de sus dedos y ojo... hacía el piso, aquel trípode no había sido asegurado después de extenderse y se cerró, sólo un ¡crash! dio cuenta del lente grande ahora esparcido en el suelo, como las estrellas que gustaba observar.

Tristeza, rabia, impotencia, todo parecía apoderarse de él, sus ojos se humedecieron, levantó la mirada, cerró los ojos con fuerza para sacar esas lágrimas que le mostraban todo borroso, secar sus propios lentes que eran sus ojos y que no le podían revelar a totalidad la imagen que estuvo a punto de descubrir.

Miró fijamente el punto que nuevamente desaparecía, y quizás ahora para siempre, lo miró desafiante y dijo en su mente:
    -    Detente. Si puedes oír mis pensamientos ven, acércate, a ver si te atreves a venir por mí.

El punto de luz dejó de hacerse pequeño, parecía haberse detenido, de pronto aumentó la intensidad de la luz y desapareció, casi al mismo tiempo la sombra de Arom se proyectaba sobre el suelo salpicado de vidrios y potentemente iluminado, su sombra cortaba aquella luz como bisturí en un contraste imposible, la vio, y temió voltear la mirada hacia arriba, estaba petrificado, sabía con certeza lo que encontraría al levantar el rostro.  Pero en el ser humano la curiosidad puede ser más fuerte que el temor más grande, y aunque sentía como si su cuerpo ya no le perteneciera logró levantar la mirada, un disco de unos ocho metros de diámetro, luminoso como el reflector más potente que hubiera visto jamás, se posaba en el aire con su borde a escasos diez metros sobre su cabeza.

Tomó unos segundos el adaptarse a aquella luz, que extrañamente, pese a su potencia, no parecía hacer imposible la visión directa, dibujándose la forma de aquel disco que mostraba sus escasos detalles.
El disco no tenía ningún aparato de iluminación, era el disco mismo en su totalidad el que emitía luz, fuese del material que fuese, metal o lo que ellos solieran usar, brillaba en tal forma que sobrecogía. La base estaba formada por un circulo de unos seis metros de tal forma que parecía un plato tendido visto desde abajo, no poseía ninguna ranura, ni protuberancia, ni siquiera, o al menos a simple vista, una puerta o algo por el estilo, era a decir verdad bastante simple en su forma, y aún así imponente.

Así también lo hubiera descrito la madre de Arom cuando parada en el último escalón de ascenso, fue también testigo de aquella escena, se encontraba subiendo a buscar a su hijo en el mismo momento de la aparición de la nave y se hallaba ahora también debajo del borde de la misma pero al otro extremo.

Con mucha fuerza de voluntad bajó la mirada hacía su hijo, logrando articular a duras penas:
    -     A – rom...
A lo que éste, bajando la mirada hacia ella intento responder:
    -     M...
En ese instante todo se volvió luz...

     Y de nuevo la oscuridad de la noche sólo alumbrada por las estrellas, la madre de Aróm aún parada en aquel escalón y sólo un telescopio roto en el lugar en que un segundo antes estuvo su hijo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Relax

      Abel sentía que su necesidad estaba al máximo, que era en verdad el momento de satisfacerla, buscar una chica “de las caras”, -esas rubiecitas que cuestan medio sueldo- se dijo-, tal como se lo venía repitiendo en los últimos días-. “A1” debía ser la calificación, al final creía que se la merecía, había trabajado duro durante aquella campaña y todo había salido muy bien, incluso el jefe lo había felicitado, increíble, el jefe. Sería una excelente forma de empezar su semana de vacaciones, sentía que se lo debía así mismo. Tomó el periódico del fin de semana, había comprado el más caro, se sentó al borde de la alfombra blanca que era unos centímetros más grande que la mesa de centro que tenía sobre ella, contra la cual apoyó su espalda, se acomodó y abrió el periódico en el piso buscando los avisos clasificados en la sección Relax, tenía una idea bastante clara de lo que quería encontrar, empezó a recorrer con su dedo índice una a una las pequeñas cuadriculas que encerraban aquellos llamados al libido:
Alexa... Alina... Bárbara... Carla... Daphne..., no, no encontraba lo que buscaba, su dedo bajaba y luego pasaba a la siguiente columna para repetir la operación,  Shirley... Tamara..., más interesantes pero no, ya se acababan los nombres, Uma... Vivian, ¡Sí! Ella era, recorrió rápidamente el resto de avisos leyéndolos apenas para dedicarse por completo al que había llamado su atención, bla... bla... bla...Wanda... Wendy... X... Y... Z, listo, de nuevo a Vivian.

Vivian. Bellísima Sueca (20) cuerpo perfecto ¡Espectacular!, 100% Gym, rostro hermoso, rubia natural ojiazul realmente preciosa, ¡datos reales! nivel A1, solo diplomáticos y ejecutivos, telef...

Cogió el teléfono celular bastante nervioso y ansioso por escuchar la voz al otro lado de la línea, la pantalla indicaba batería baja, marcó.
Cada timbrada seca lo ponía aún más nervioso, ¿cómo sería su voz, su acento?, trrr... trrr..., ¿voz dulce como de quien sabe que su interlocutor necesita alquilar algo de amor?, o totalmente fría como de quien ofrece un arma en venta, trrr... trrr... había que tragar la saliva para poder hablar claro y no mostrase nervioso.

   -      Aló...
   -      ¡Si Aló!, ¿Vivian?, llamaba por el aviso
   -     Sí, el servicio es doscientos cincuenta dólares la hora, el departamento queda en San Isidro, por el Golf.

La voz era promedio, nada especial, como tantas otras que había escuchado tiempo atrás, y el acento definitivamente peruano.

   -     Disculpa, ¿tu eres sueca?
   -     No, yo no soy Vivian, yo contesto sus llamadas, ella no habla español.
   -     Aaah, bueno... eeh... ¿cómo es ella exactamente?
   -     Como dice el aviso.

La voz desanimando era inclemente, cual contestadora automática no mostraba ni un ápice de animo.

   -     mmm... pero eeh... no sé, ¿cuánto mide?
   -     Como uno ochenta
   -     ¿Y... es cariñosa?
   -     
   -     ¿Y como es su servicio?
   -     Bueno

Y bueno, ¿qué decidir?, había poca información, normalmente las chicas daban todos los datos posibles y si se les preguntaba algo trataban de dar la mayor cantidad de detalles, incluso exageraban, a veces demasiado, al final y al cabo la competencia era dura, pero, ¿cómo confiar en aquella voz a la que parecía importarle muy poco que uno aceptara o no el servicio?. Era como si hiciera un favor con sólo contestar, era como un “tómalo o déjalo”, lo mínimo que esperaba por lo que cobraban era un trato mucho más amigable. En verdad la tarifa era más de la mitad de su sueldo, acercándose más bien a la totalidad fuera de las comisiones, y la comisión que había obtenido ese mes le había costado mucho esfuerzo, pero estaba decidido, solo que había que analizar la elección con más detenimiento.

   -     Bien, voy a hacer unas cosas y cuando quede desocupado vuelvo a llamar para quedar, ¿ya?
   -     Ya
   -     Chau.

Realmente quería “atenderse” ese día, y ya se había hecho ilusiones rápidamente con ese anunció, pero que tal si la chica no era lo que él esperaba, si era tan fría como su recepcionista, y no tan bella como querían hacerle creer, no quería tener sentimiento de culpa al día siguiente por haberse gastado esa pequeña fortuna en algo intrascendente.

   -   Piensa, piensa... –se dijo-. Espera un momento, no es un hotel, es un depa, llego, y si no me gusta, invento algo, me doy media vuelta y me largo sin perder un sol... o un dolar.

Total, ya lo había hecho antes en una oportunidad pero en mucho menor nivel.

   -     Claro, eso es.

El teléfono celular sonó indicando que la batería estaba casi descargada, conectó el cargador, marcó nuevamente el número

   -      Trrr... trrr... trrr
   -       Alo...

Se encontraba en camino en un taxi, quería estar ahí ya, no quería perder tiempo en una combi, deteniéndose en todos los paraderos, su mente ya se encontraba en el lugar solo faltaba que llegara su cuerpo. El taxi corría y aun así en el interior no se percibía la velocidad salvo por la vista de los edificios que eran dejados atrás rápidamente, era un carro moderno con un perfumador de olor inidentificable pero relajante colgado en el retrovisor.
La zona era bonita y llena de edificios lujosos, - ojalá sea por aquí- pensaba. El taxi bajó la velocidad y se detuvo.

   -      Esta es la cuadra dos, ese es el número -el taxista señaló un edificio-

Pagó y se bajó del vehículo, tomó el papel con la dirección, lo miró y levantó la vista para ver el número del edificio que tenía delante de él, sí, definitivamente ese era. Aspiró hondo, movió los brazos como intentando relajarse, miró la puerta de vidrio en la que se reflejaba su imagen, levantó la vista hacia los pisos superiores y la bajó, clavó la mirada en aquel reflejo que le devolvía la puerta y tomó una bocanada de aire, miró el intercomunicador en la pared y se acercó.

   -      ¿Si?
   -      ¿Vivian?
   clang clang -se abrió la puerta

Su corazón latía a mil, creía que hacía retumbar las paredes de aquel moderno ascensor y que de entrar alguien más en el podría escuchar sus latidos, pero no, en ese viaje de subida él era el único pasajero. Se revisaba rápidamente en el espejo, y aunque era consciente que su dinero era lo único que importaba ahí, igual se arreglaba el cabello para estar más presentable que nunca, cuando el ascensor sonó y se abrió la puerta, el diez estaba encendido, miró el número de piso y caminó hacia afuera a un pequeño pasadizo que terminaba en una puerta a cada extremo.
Un hombre de rasgos orientales, chino, o al menos eso le pareció pues creía poder diferenciar la procedencia de un asiático por los rasgos, cruzó a su lado dirigiéndose al ascensor, miró a Abel sin ponerle mayor atención y entró, Abel abrió el papel doblado en su mano y escuchó cerrarse la puerta del ascensor detrás de él, vio el número del departamento anotado en el papel y dirigió la mirada hacia la puerta a la izquierda del pasadizo, ese era el número, se acercó a la puerta, desde adentro sonaba, apenas audible, una balada en castellano, respiró hondo y tanteó los billetes que había separado en el bolsillo de su pantalón, tocó la puerta.

Una mujer mestiza de mediana edad abrió la puerta

   -      Hola soy Abel, vine por...
   -      Shhh... sí, sí, pasa

Apenas atravesó el umbral de la puerta ésta fue cerrada con fuerza, la música sonaba algo fuerte ya adentro

   -      El pago es por adelantado
   -      Aah... pero... quisiera ver primero a la chica, a Vivian

La mujer dudó un momento

   -      ¡Lucho!

Un hombre de cerca de dos metros de altura de gran complexión que parecía sacado de alguna serie de lucha libre americana apareció al instante, miró a Abel como listo a recibir una orden para proceder a partirlo en dos.

   -      ¿Qué pasó?
   -      Revisa al joven que no lleve nada raro encima, va a pasar a ver a Vivian

El hombre tanteó a Abel desde los hombros hasta las pantorrillas sacudiéndolo como un niño en cada palmoteada de la revisión.

   -      Limpio
   -      Ya, espérame acá un momento –le dijo al grandulón-
   -      Por acá –le dijo a Abel sin cambiar el rostro adusto-

Abel se encontraba casi en shock, empezó a sentir algo de miedo, solo atinó a seguir a la mujer sin decir nada.

Atravesó lo que sería la sala comedor del departamento que sólo tenía dos sillones y una pequeña mesa con algunas revistas, una gaseosa y envolturas arrugadas de galletas, la mujer abrió una puerta y miró a Abel.

   -      Ahí está, mírala

Abel se asomó, vio a una mujer sentada en la cama, su cuerpo era bellísimo, casi irreal, hasta donde podía ver por la posición sus medidas eran perfectas, tenía la cabeza agachada y dejaba ver sólo su cabellera rubia casi dorada iluminada sólo por un pequeño rayo de sol que consiguió pasar entre las cortinas cerradas color crema, estaba ataviada con lencería blanca que atenuaba lo claro de su piel pero acentuaba algo lo rosáceo, ya no le importó a Abel si al levantar el rostro no fuera agraciada, incluso con algún defecto casi repulsivo, sus formas justificaban con creces la “tarifa”, sus muslos torneados, su pequeñísima cintura que daba la impresión de poderse rodear solo con las manos tocándose las yemas de los dedos, sus senos generosos y de forma perfecta. Ya casi saboreaba aquella piel tibia o quizá algo fría por aquella diminuta prenda, imaginaba su roce, sus manos recorriéndola y apretándola, ya veía que el tiempo le quedaría corto para todo lo que se le ocurriría. La mujer que lo guió dijo en voz alta: ¡Vivian!, y Vivian levantó la mirada directamente hacia Abel. Abel se olvidó del mundo, salvo ella todo lo demás desapareció.

Era como si ella lo hubiese inmovilizado con la mirada y él no pudiera moverse hasta que ella decidiera bajar el rostro, era como encontrar algo que no sabía que estaba buscando pero que le era más necesario que el aire y que desde el momento de encontrarlo estaba seguro que no podría vivir sin ello, sintió que a partir de ahí empezaba una nueva etapa de su vida y que él ya no sería el mismo.

Abel jamás hubiera podido imaginar que existiera un rostro como aquel, que fuera posible, que un conjunto de facciones pudiera formar aquella perfección y que unos ojos de tal color y profundidad pudieran mirar a los suyos un día, ni sus sueños hubieran sido capaces de elaborar tal belleza, sin embargo ella existía.

La joven bajó el rostro y él fue nuevamente dueño de su voluntad, no sabía cuanto tiempo había pasado ni se acordaba de porqué estaba ahí, sus ideas estaban desordenadas.

   -      ¿Está bien? –preguntó su guía-
   -      Sí, sí... sí, sólo me... distraje
   -      No, me refiero si te parece bien la chica

Abel aspiró hondo

   -      Sí... – respondió casi susurrando-
   -      Son doscientos cincuenta dólares

En aquel momento la tarifa le pareció ridícula, hubiera pagado con todos los ingresos que percibiría durante el resto de su vida sólo por repetir la experiencia de aquella mirada.

Metió la mano al bolsillo y sacó los billetes que en ese momento no le parecieron más que tres papeles sin valor.

   -      Tienes una hora, no intentes hablar con ella, no habla español pero sabe bien lo que tiene que hacer.

La mujer cerró la puerta y la música se escuchó ya mucho más bajo, él se quedó parado mirando aquella belleza, sentía la necesidad de estar ya a su lado pero al mismo tiempo no quería perder aquella vista, pese a su “trabajo” se veía tan inocente, la contemplaba y ella no parecía estar apurada por moverse y no volvía a levantar la mirada, aquella mirada...

Se acercó lentamente, y quedó a su alcance aquel cabello hilado en oro que casi cegaba donde el rayo de luz caía, se agachó delante de ella para verla directamente a los ojos y ella movió la cabeza hacia un lado, aún así podía ver esos ojos azules con la mirada fija en una esquina de la habitación, más bellos que cualquier piedra preciosa y tan profundos que uno podía perderse en ellos.

El rostro que contenía esos ojos era increíblemente hermoso, aun libre de todo maquillaje, sus cejas eran como dibujadas por el artista más inspirado, su nariz pequeña y aún así del tamaño justo, le daba un aire de elegancia y fineza, sus labios denotaban dulzura y a la vez tanta sensualidad que uno no sabía si preferían ser besados apasionadamente o rozados delicadamente para ser apenas tocados por un tierno beso.

Abel no percibió ningún perfume atosigante sino más bien el aroma de su piel que solo podía describir como amable, tocó la mano de la joven y al sentir su piel tibia una corriente recorrió su cuerpo. Ella movió los dedos como queriendo responder al cariño pero se contuvo y se paró casi de un salto, volteó luego para dirigirse lentamente hacia un pequeño velador cerca de la ventana. Al caminar daba la impresión de ser una increíble escultura en movimiento, podían verse sus muslos tensándose y distendiéndose mostrando una espléndida separación muscular, casi irreal, así como una espléndida definición, como si hubiera sido revisada por el artista desde todos los ángulos sin dejar un solo detalle que tallar hasta que alcanzara la perfección y guardara a su vez armonía con el conjunto, aquella magnífica armonía. Al llegar a la mesa abrió un cajón, él aún en cuclillas cuando creía no poder ser más cautivado lo fue, viendo su silueta dibujada a contraluz delante de aquellas gruesas cortinas y acompañada a un lado de aquel intenso rayo de luz que se filtraba desde arriba y que un momento antes reposó en su cabello. Cómo pudiera inmortalizar aquella visión.

La joven volteó y se acercó a Abel con algo en la mano, se echó boca arriba y estiró la mano hacía él mostrándole lo que tenía en ella, era un preservativo, él lo recibió y la miró, ella se quedó mirando el techo con las manos sobre el pecho.
Abel miró el preservativo en su mano, había olvidado el motivo de su visita a aquel lugar, sin embargo aquello ya no encajaba ahí, hasta unos segundos antes el momento había sido tan romántico, casi mágico, que hasta pareció haber sonado una suave música de fondo, y no la de la radio, colocó el preservativo sobre la cama y se sentó al lado de ella contemplando su rostro.

Estuvo varios segundos así, hasta que suspiró y habló

   -      Eres tan bella, si tan sólo me entendieras...

Y casi sin pensar agregó

   -      You’re so beautiful...

Ella tragó saliva y él bajó la vista a su garganta cuando ésta se movió, su cuello era tan delicado y hermoso como todo en ella.
Se decidió a tocarla, estiró su mano hacía su rostro y le acarició muy suavemente la mejilla con el dorso de sus dedos, a Abel le pareció por un momento ver húmedos sus ojos, acercó lentamente su rostro al de ella y la besó en la mejilla muy tiernamente, en ese momento los labios de ella se movieron pegados a su oreja

   -      Help me –dijo susurrando tan bajo que apenas Abel pudo escucharlo-

Él levantó rápidamente la cabeza y la miró, una lágrima brotaba de su ojo izquierdo y resbalaba rápidamente por su sien colándose en su cabello

   -      ¿Qué? –preguntó él en voz baja-

Ella instantáneamente le puso los dedos sobre los labios mirándolo fijamente con la cabeza un poco levantada mientras otra lagrima caía lentamente esta vez del otro ojo recorriendo su mejilla.

  -     Ayuda, por favor –dijo esta vez tan bajo que él entendió más por el movimiento de sus labios-

Las ideas se mezclaron nuevamente en la cabeza de Abel, no entendía que pasaba, pero si sabía que ella sufría mucho y que esas lágrimas le acababan a él de retorcer el corazón y el alma.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Trascendencia

     Ignacio Andrés nació en 1901, bautizado con al menos dos nombres como todo hijo de buena cuna, era un niño común y corriente de clase media, cuando la clase media estaba aun bien definida, vestía siempre camisa y pantalones cortos con tirantes y al salir a la calle una gorra era infaltable por supuesto, como debía vestir todo caballerito.

Vivía en la elegante avenida Alfonso Ugarte, lugar en el que solía verse pasear a algunas damas y caballeros de la distinguida sociedad limeña de aquel entonces, pero pese a la elegancia y pulcritud de sus prendas Ignacio Andrés poseía un alma aventurera y curiosa que no conocía de cuidados ni etiquetas debido a su edad, nueve años, en suma poseía un alma de niño como debía ser. 
Tenía varios amigos con los que solía reunirse para jugar pero con el que llevaba mejores migas era con el hijo de un antiguo amigo de su papá, Antonio, su confidente y uno de esos niños que por afinidad de caracteres suelen convertirse en el mejor amigo, amigo para toda la vida, con él y otros más se reunían para jugar, correr, gritar, o como se decía “mataperrear”, frecuentemente decían a sus padres ir a casa de uno de ellos que vivía unas cuadras más allá de la casa de Ignacio, lo cual por cierto era falso, valga la contrariedad, el verdadero destino bajo ese argumento era siempre escaparse a las orillas del río Rimac que corría transversal a la última cuadra de la Avenida y aunque llegaban directo estaba algo lejos de la casa de todos ellos, lejos para lo que era Lima en ese tiempo, aquel río casi marcaba el lindero de la ciudad, poseía unas aguas algo turbias que corrían con mediana fuerza arrastrando piedras de canto rodado que le daban la particularidad de un sonido semejante a un murmullo, razón por la cual se le llamaba “el río hablador”. Los mayores atractivos que tenía este río para los niños eran principalmente dos, por un lado estaban los camarones que abundaban en él y que intentaban pescar, previo descalzado, casi siempre con resultados infructuosos a diferencia de algunos pobladores de menores recursos para quienes aquel crustáceo se había convertido ya casi en parte de su dieta diaria y otros más de igual condición pero que dedicaban el fruto de su faena para la venta ya sea ambulatoria o en los mercados, por otro lado, entre los atractivos que ofrecía aquel río a los niños, cuando las aguas se hallaban bajas, estaba la arqueológica afición por buscar monedas de la época de la colonia, lo cual no era demasiado difícil en ese entonces, no era raro que la mayoría de amigos de Ignacio tuviera una aunque estuviera ya casi ilegible y deteriorada, las comparaciones entre sus hallazgos era casi una rutina. Solo dos niños de aquel grupo no habían tenido suerte en aquellas búsquedas, uno de ellos era Ignacio. Uno de los niños del grupo a quien apodaban “reloj”, porque solía acertar la hora con bastante proximidad era el encargado también de percatarse cuanto tiempo había corrido desde que salieran de casa y cuando era ya el momento de regresar antes que sus padres se dieran cuenta que no se encontraban en casa de ninguno de ellos.

    -    ¡HOORAAAA!

Una de las cosas que a Ignacio le maravillaban eran esas carrozas sin caballos llamadas automóviles, que muy rara vez aparecían por la avenida, carrozas que increíblemente se movían solas sin ningún animal que tirara de ellas o las empujara eran como trenes pero sin maquina de vapor o caldera, o como tranvías pero sin tendido eléctrico, y mejor aún no tenían un riel que los limitara, eran como carrozas movidas por fantasmas, generaban su propio movimiento, era maravilloso.

Algo curioso que siempre recordaría Ignacio fue cuando a esa edad, en Abril de 1910 y durante unos días se observó el cometa Halley, en aquella ocasión la gente se persignaba en las calles, otros hincados pedían perdón por sus pecados y algunas mujeres lloraban, no era para menos, según se decía aquella inmensa bola naranja que se veía más grande que el Sol se estrellaría destruyendo nuestro planeta. Al cabo de unos días aquel cuerpo incandescente que entonces se calculó de un diámetro de un millón de kilómetros y una cola de treinta, acabaría por alejarse convirtiéndose en una pequeña luz que desaparecía habiendo arrancando confesiones a algunos limeños que quisieron expiar sus culpas liberando cargas, algunas de las cuales pasado el susto, hubieran preferido seguir cargando.

Pero Ignacio era ajeno a esos temores, un alma limpia era su garantía, su mayor temor empezó en realidad a los 15 años con su primera y única pieza dentaria picada de manera terrible, hubo de recurrir al dentista para la única solución que la ciencia había encontrado para ello, extraer la pieza dañada y a pesar de los intentos de aplacar el dolor por parte del galeno, Ignacio sintió bien claro la arrancada del diente en especial por ser este una muela. Pero se podía decir que su infancia fue feliz y dulce, como los inigualables y  variados dulces limeños incluida la “Revolución Caliente” contenida en empaquetados de papel y que como recitaban los pregoneros era música para los dientes... hasta que había que ir al dentista.


A sus quince años Ignacio era un adolescente común y corriente, regresaba del colegio casi siempre acompañado de su amigo Antonio que por suerte para él, para ambos, estudiaba en el mismo colegio lo cual reforzó aún más sus lazos amicales. Siempre había algo que comentar en el camino de regreso aunque no este no fuera muy largo, en muy contadas oportunidades Ignacio regresaba sólo, ya fuera porque uno de los dos se enfermó y no pudo ir a clases, lo cual por supuesto comprometía implícitamente al otro a llevar sus cuadernos donde el enfermo, o ya fuera por aquella única vez en que ambos discutieron por una tontería y evitaron sentarse en el mismo pupitre doble y regresar a casa al mismo tiempo dado que tenían el mismo obligado camino por ser casi vecinos, pero aquello duró solamente tres días, al cuarto intercambiaron unas cuantas palabras y al quinto eran de nuevo los amigos inseparables, “uña y carne” como decían sus madres, fue en uno de esos pocos días en que regresando solo vio a una preciosa adolescente de hermosos ojos negros que contrastaban bellamente con una tez blanca algo palida –una muñeca de biscuit- se dijo Ignacio, sus ondulados cabellos azabaches parecían solo resistir momentáneamente el peinado que llevaban antes de tomar nuevamente su estado natural, el la vio y boquiabierto la siguió con la mirada, cuando ella se empezó a alejar los pies de Ignacio la empezaron a seguir casi sin tomar conciencia él de esto, no podía perderla de vista, la vio doblar la esquina y de pronto él se encontraba casi corriendo para no perderla, al tenerla nuevamente a la vista desaceleró el paso y se mantuvo tras ella separado por menos de media cuadra, deseaba ver donde se detendría, donde entraría, quizá donde vivía, ella se detuvo en una de las casas de la última cuadra del bellamente adornado Paseo Colón, tocó la puerta, Ignacio desacelero sus pasos y camino casi como paseando, una mujer se asomó desde una ventana del segundo piso y rápidamente se metió, la bella muchacha esperaba en la puerta a que le abrieran, volteó distraídamente y vio a Ignacio, se lo quedo mirando con aquellos hermosos ojos negros muy abiertos, mientras este casi boquiabierto hacia lo mismo, hubo de pronto una especie de conexión más allá de la visual, la puerta se abrió y ella reaccionó un segundo después para voltear a ver el escalón que debía subir, él estaba a unos cuatro metros cuando ella entró a la casa y la perdió de vista, él avanzó rápido y cuando pasó por su puerta ella aún esperaba apenas pasando el umbral y sosteniendo la puerta como para cerrarla, se miraron nuevamente por un par de fugaces segundos en los que él sabía que no sería correcto detenerse y al final de los cuales ella cerró la puerta sin dejar de mirarlo. Ignacio no pudo entender lo que experimentó pero definitivamente era la primera vez que sentía algo así, tan intenso. Llegó a su propia casa sin darse cuenta, solo vió el rostro de ella que había quedado grabado en sus pupilas. Fue algunos minutos después cuando descubrió que aquel extraño sentimiento le había quitado el apetito pese a tener al frente el delicioso Ají de Gallina que su madre preparaba, veía a Don Manuel, su padre, y a Gonzalo su hermano, el cual era mucho mayor que él, conversando y luego levantándose de la mesa al acercarse su madre a sentarse a seguir comiendo, - Ignacio, levántate- le dijo su padre, la tertulia siguió con ella mientras él masticaba lentamente el mismo bocado de comida que tenía desde hacía buen rato.

Al día siguiente Ignacio se levantó más temprano que de costumbre para ir al colegio, apuró el desayuno y salió sin poder explicar creíblemente a sus padres el porque de aquel extraño comportamiento, corrió con sus cuadernos bajo el brazo hasta la cuadra del frente donde vivía la joven, esperó ahí durante un buen rato a que ella saliera, no sabía que haría después, los minutos pasaron y su hora de entrada a la escuela ya corría más ella no salía, sabía muy bien que habría una fuerte recriminación de su padre si se enteraba que él había llegado tarde, preguntó la hora, el tiempo había corrido rápido y él ya estaba definitivamente con un retraso aunque leve, miró por ultima vez la puerta de ella y corrió hacia la escuela, las horas de clase se hicieron interminables, pasaron mucho más lento que nunca, los profesores movían los labios y señalaban la pizarra mientras él sólo esperaba el timbre de salida, por supuesto aquel encuentro necesitó ser contado a su mejor amigo quien lo acompañó cuando salieron de clase en su desvió de ruta, pero al igual que en la mañana la espera fue infructuosa pese a que se encontró en la cuadra de ella casi a la misma hora del día anterior cuando la vio. Su amigo le hizo ver que no hacía ya nada allí y con una extraña tristeza Ignacio regresó a su casa.
Durante un par de días la escena se repitió tanto al salir de su casa para ir a la escuela como al regresar, Ignacio pensó que quizá aquella muchacha no vivía ahí y que únicamente estaba ese día de visita cuando tuvo la suerte de verla. Empezó a resignarse y solo espero a tener la suerte de volverse a cruzar con ella hasta que un día regresando con su amigo reconoció el cabello de ella a lo lejos

    -    ¡Es ella!, ¡ Es ella! – dijo Ignacio
    -    ¿Quién?, ¿Qué?, ¿La chica que te gusta?
    -    ¡Sí, sí!
Ignacio apuró la marcha y su amigo Antonio debió hacer lo mismo
    -     Ese es el uniforme del Externado de Señoritas –dijo el amigo
    -     ¿Cuál?
    -     Sólo hay un externado cerca pues bobo, el de La Virgen de la Bendita Medalla
    -     ¿Seguro? –preguntó Ignacio
    -     ¡Caray!, ¡Claro!, la amiga de mi hermana estudia ahí, por eso te digo que ese es su uniforme
    -     Vamos más rápido, si la alcanzamos
    -     Vaya, si que debe ser bonita
    -     Espera a que veas su cara, vas a ver que me quede corto con lo que te conté.
Ella dobló la esquina tal como lo hiciera la vez anterior pero esta vez estaba más lejos de Ignacio que entonces, los muchachos aceleraron el paso pero cuando doblaron la esquina ella ya estaba llegando a la casa, al detenerse ella Ignacio tuvo la esperanza que volteara y lo viera, la puerta se abrió y ella entró, esperó que ella aun estuviera en la puerta como la otra vez pero al llegar ellos la puerta estaba cerrada.
Desde entonces Ignacio se despedía de su amigo después de acompañarlo hasta su casa y luego se alejaba de la suya propia algunas cuadras hasta el Paseo Colón para luego regresar, aquello se volvió casi una rutina por varias semanas, tanto como la mala suerte de no verla nuevamente.

Los fines de semana los muchachos se seguían reuniendo con sus demás amigos para ir a mataperrear o jugar en la tarde, incluso algunos días útiles siempre que no les hubieran dejado mucha tarea para la casa. Aunque últimamente los juegos iban dando lugar a tertulias propias de adolescentes.

    -    Señora Buenas Tardes, ¿se encuentra Ignacio? – preguntaba Antonio, aunque la pregunta en realidad significaba: ¿puede salir? –
    -    Hola Toñito, un momento voy a pasarle la voz, pero pasa hijo
    -    Gracias
    -    ¿Cómo esta tu Mamá?
    -    Bien, gracias
    -    Dale mis saludos. Voy a llamar a tu amigo

Aunque ambos amigos se veían todas las mañanas en el salón pero era entendible que se visitaran unas horas más tarde y luego se reunieran con otros dado que en aquel tiempo no existía televisión para robarle horas a un muchacho y la radio salvo por las radio novelas de suspenso no lograban mantener por mucho tiempo la atención de un niño o un joven que intentaba descubrir el mundo de una manera más dinámica, más viva, aunque esta fuera a través de la información que intercambiara con sus amigos.

Doña Marcela, la madre de Ignacio era una mujer muy dulce pero también muy estricta cuando de los deberes escolares de su hijo se trataba

    -   Nacho te busca Toño
    -   Sí, ahorita salgo
    -   Pero veo que estas haciendo tareas
    -   No, es poco ya acabo
    -   No hagas las cosas a la loca por salir, mejor le digo a Toño que...
    -   No Ma, mira solo me queda esta pregunta
    -   ¿Y no hay otras tareas de otros cursos?
    -   No, de verdad, con esto termino
    -   Ya voy a decirle que te espere un rato

Pocos minutos después salía Ignacio mientras su madre regresaba al cuarto para revisar rápidamente todos los cuadernos, su hijo ya dejaba de ser un niño y no quería que pensara que no confiaba en él.

    -   Oye Beto encontró una moneda – dijo Antonio obviando el saludo-
    -   ¿Si?, ¿cuándo? –preguntó asombrado Ignacio?
   -   Ayer en la tarde, se fue con sus hermanos mayores y estuvieron buscando hasta que anocheció, cuando ya estaban por irse Beto vio brillar algo al lado de una piedra, casi debajo y cuando se acercó se dio con que era una moneda, estaba mohosa, dice que si no fuera por que había luna llena nunca la hubiera visto brillar, en realidad la oscuridad debe haber ayudado también a que resaltara
   -    ¡Que suerte!, o sea que ahora yo soy el único del grupo que nunca encontró nada
   -    No digas nunca, quizá algún día
   -    Pero tu mismo has visto que últimamente ya nadie encontraba nada
   -    Bueno en verdad Beto si ha tenido bastante suerte. Vamos a su casa para que la veas
   -    ¡Si Claro!, vamos

Ya en casa del otro amigo Ignacio examinaba la moneda que había sido limpiada y que se encontraba en un estado regular, similar a las otras que poseían el resto del grupo

   -  Regresé ahora en la mañana para ver si encontraba otra y estuve moviendo las piedras cercanas y excavando en ese lado pero no hay nada – contaba Beto –
   -    Entonces ¿no fuiste al cole hoy? –preguntó Antonio-
   -    No, ójala no se enteren en mi casa
   -    Que suerte – dijo Ignacio – que suerte
   -    Claro, además encontrar una moneda trae también buena suerte –dijo el propietario de esta- y si es tan antigua quizá mucho más
   -    Imagínate a Rolando que tiene tres de estas –dijo Antonio-
   -    Si, él ya tenía dos cuando nos conocimos de niños –dijo Beto- antes se encontraban más fácil me dijo
  -   Que suerte –repetía Ignacio sin dejar de examinar la moneda tratando de leer algo en sus escasos relieves – que suerte...


       A los dieciséis años Ignacio empezaba a tomar interés por lo que sucedía en otros lugares mucho más allá de su ciudad, el hundimiento de la nave peruana “Lorton” por parte de un submarino alemán en aquel verano de 1917 y el rompimiento de relaciones diplomáticas del Perú con aquel Imperio le hicieron tomar conciencia de los alcances de aquella gran guerra, empezó a preocuparse por lo que sería su propio futuro, sus días de escolar ya casi terminaban, aunque en su salón los demás parecían más preocupados en los preparativos para el viaje y la fiesta de promoción. Su padre le había propuesto estudiar Administración de Empresas y Negocios como él, y a Ignacio nunca le había parecido mala idea, aunque lo normal para la época era ser algo estricto en la formación de los hijos, se notaba que a aquel hombre le costaba serlo y no temía ser cariñoso con todos los miembros de su familia, razón por la cual Ignacio no solo lo respetaba y admiraba, sino que lo quería, decidió que seguiría el consejo de su padre y por tanto sus pasos, además el titulo de Administrador de Empresas y Negocios le sonaba bien.

     A los diecisiete años Ignacio era un recién ingresado estudiante de la Facultad de Negocios, sus prioridades eran ya otras y su escaso tiempo libre aprovechado de manera distinta a la de su época de escolar, por otro lado su amigo Antonio empezaba a frecuentar a una muchacha de la que había quedado prendado y las visitas a ésta, siempre con autorización de los padres de ella por supuesto, hacían que las reuniones entre ambos amigos se hicieran cada vez menos frecuentes, cada uno empezaba a tener sus propios intereses y por tanto cada uno iba haciendo un camino distinto al otro, tanto como los que tenían ahora para regresar a casa.

Ignacio por su parte empezaba a fijarse también en una agraciada joven, de nombre Malena, que aunque no le quitaba el sueño, como el recuerdo de la bella Lorena, si le parecía agradable por su trato y encantadora sonrisa por lo que empezó a pedir autorización a los padres de ella para visitarla, solo le costaba acostumbrarse a la presencia de ambos que simulando estar distraídos en alguna lectura permanecían en la sala durante toda la cita, esto hasta que un año después le permitieron salir a pasear con ella, gracias a que al padre de ella le gustó la opinión de él acerca del reciente final de la Gran Guerra: - Después de todo este sufrimiento que el mundo hubo de conocer, los millones de vidas perdidas y familias quebradas en países que tardaran años en reconstruirse y estar listos nuevamente para crecer, el mundo entenderá que debe buscar caminos de solución a diferencias que no impliquen dolor y destrucción, nunca se repetirá una guerra como esta... – el padre de Malena estaba de acuerdo con Ignacio, lamentablemente no fueron acertados en su pronostico.

     El tiempo pasó, como era lógico, y por unos años la vida de Ignacio no experimentó grandes cambios, repartía su tiempo entre sus estudios, Malena y muy rara vez reuniones con el grupo de amigos que cada vez se distanciaban más, la vida siguió y a los 21 años Ignacio era un recién graduado Administrador de Empresas y Negocios, su padre ayudó a colocarlo como asistente en el pequeño negocio de un amigo, lugar donde el novel asistente administrativo se desempeñaba hábilmente y donde pasados un par de años adquirió nuevas responsabilidades las cuales le fueron reconocidas con un incremento en sus haberes.

     En 1924, a los 23 años, Ignacio Andrés contraía nupcias con Malena Edelmira del Rosario en la Iglesia del Señor del Socorro, teniendo como padrinos y testigos a familiares de la pareja, la iglesia llena, algunos de sus antiguos amigos presentes incluyendo a Antonio a quien ya le había dicho Ignacio que lo reservaba para padrino de su primer hijo, terminada la ceremonia y luego de la recepción el joven matrimonio se despidió de los asistentes y se dirigió a la elegante caleza que aguardaba por ellos en las afueras del salón para luego partir a la casa que Ignacio acababa de rentar y así consumar el matrimonio.

     Los meses pasaron y aunque Ignacio no descubrió magia en su nuevo estado civil si sintió una tranquila felicidad que le daba el estar al lado de una linda y cariñosa mujer y el tener una estabilidad laboral que aunque no le permitía lujos ni excesos en su presupuesto, si le permitía vivir con las comodidades suficientes a que su familia lo había acostumbrado y a la que también estaba acostumbrada su mujer, y sin darse cuenta ya estaba por cumplir su primer aniversario de bodas

     Una cierta nostalgia se apoderó de él y sintió la necesidad de salir a caminar sólo, estar consigo mismo y recorrer los lugares que habían sido parte de su niñez, la casa donde creció que hacía ya casi un año había dejado para seguir su propia vida y donde aún vivían sus padres a quienes no dejaba de visitar periódicamente acompañado de su mujer, pasó por su colegio y se decidió entrar un rato, saludó y conversó apenas con uno de sus antiguos profesores que estaba por entrar a clases, salió y siguió su camino por la Avenida Alfonso Ugarte, el sol brillaba, caminaba pensando en lo que era su vida y si en algo se parecía a lo que imaginó cuando aun era niño, sin darse cuenta llegó al Río Rimac, el caudal estaba bajo, no había nadie en sus orillas, únicamente un pescador de camarones que ya se alejaba, y después de pensarlo un poco se animó a bajar, ya a unos metros se quitó los zapatos, las medias, se remangó las bastas del pantalón y caminó a lo largo de la orilla zapatos en mano sorteando las piedras mientras el río murmuraba, ando sin pensar en nada solo observando el agua que corría y cuando se dio cuenta estaba casi a la altura del Puente de Piedra, decidió sentarse un rato y lo mejor que encontró fue una gran piedra cerca del puente a la que le costó domar como asiento dado lo caliente que estaba por las horas de sol, se acomodó y se quitó la camisa, tanto por que ya estaba casi empapada en sudor y porque necesitaba algo para cubrirse la cabeza, sentado ahí difícilmente alguien adivinaría que era un Administrador de Empresas y Negocios venido de una familia de mediana posición económica.
Ignacio estuvo ahí sentado con la vista hacia el río mirando sin mirar por casi un cuarto de hora hasta que los sesos empezaron a calentarse por el calor y le empezó a doler la cabeza, así que decidió regresar, se levantó cogió sus zapatos y se estiró un poco, una media cayó de uno de ellos y al agacharse a recogerla se topó con lo que alguna vez fue un pedazo de cuero y que ahora solo parecían tiras endurecidas casi como madera, -basura- se dijo- pero igual lo movió con uno de los zapatos que tenía en mano, esta se desarmó y debajo quedó una moneda colonial en perfecto estado de conservación con un emblema nítido y letras totalmente legibles, el brillo estaba algo opacado pero era en definitiva el mejor ejemplar de aquella época que nadie había encontrado jamás. Ignacio se agachó y se quedó apreciándola incrédulo sin atinar a recogerla, una sonrisa fue apareciendo en su rostro, tomó la moneda entre sus dedos y de pronto la sonrisa se convertía en una sonora risa que le hizo recordar por un instante el ligero dolor de cabeza que ahora era intrascendente, acercó la moneda para leerla y aunque torpemente acuñada, con el borde y las letras irregulares se notaba que casi no había sido manipulada.

Llegó a su casa deseando darse un baño para luego dedicarse a admirar su feliz hallazgo, deseaba mostrarle a su señora aquella increíble moneda, ella sabía ya bien de aquel anhelo ya casi sepultado, ir luego a su casa enseñársela a sus padres, por supuesto ubicar a Antonio para contarle, estaba seguro que se quedaría atónito al verla y se alegraría por él, aquel suceso sería difícilmente superable, al menos por un buen, buen tiempo. Abrió la puerta emocionado

    -    ¡MALENA!
Ella bajó corriendo con una gran sonrisa
    -    ¡AMOR! Tengo algo que contarte –dijo ella
    -    No creo que sea mejor que lo mío –la desafió él, mientras metía la mano en el bolsillo de su pantalón
    -    ¿Así?... ¡VAS A SER PAPA!

Ignacio se quedó estático, ella seguía sonriendo, el se mantuvo inmóvil unos segundos y de pronto los ojos se le empezaron a inundar de lagrimas, al igual que su padre le costaba ocultar sus sentimientos y aun sin atinar a moverse sonrió y repentinamente la abrazó con fuerza
    -    ¡Cuidado! –reclamó ella entre risas-, ¡me vas a desarmar!
Él la soltó y luego tomó su rostro, le dio un sonoro beso en los labios y la miró a los ojos, sonrió y pegó su frente a la de ella
    -    Te amo, me has hecho el hombre más feliz del mundo
    -    Y yo soy la mujer más feliz del universo, te amo
    -    ¿Pero como... cuando lo averiguaste? –preguntó él
   -     Hace una hora más o menos, tenía mis sospechas desde hacía unos días pero no quería decírtelo hasta estar segura
   -    Pero... ¡tenemos que celebrar!, ¡contárselo a todos!
   -    ¡Por supuesto!, pero vamos primero donde mis padres –dijo ella
  -    Bien, bien, pero rápido, también quiero ver la reacción de mis padres cuando escuchen la noticia -Ignacio la besó nuevamente y volteó para ir al baño
   -    Oye espera, ¿y que me ibas a contar? –preguntó ella
   -    Ah ya, después, no es tan importante, voy a bañarme

Pasaron unos días en los que Ignacio le contaba a todo el que podía sobre su primogénito en camino, entre ellos su amigo Antonio

   -    ¡Hombre!, ¡Te felicito!, conociéndote ya me imagino que no cabes en tu pellejo de contento –observó el amigo
   -    Imaginaste bien
   -    Ya debes estar haciendo hasta planes para su futuro
   -    Solo lo mejor
Charlaron por un buen rato hasta que Ignacio se paró para despedirse
   -    Bueno tengo que retirarme, aunque suene cursi... quiero estar al lado de mi mujercita
   -    Sí, sí, te entiendo
Ambos se dirigieron a la puerta, ya ahí Ignacio le dio la mano a su amigo acompañado de una palmada en el hombro y ya afuera alejado unos pasos cuando Antonio iba a cerrar la puerta recordó algo aunque ya no tan importante
   -    Ah, por cierto, me encontré una moneda de la colonia, la mejor de todas
   -    ¿Qué? ¿¡QUÉ!?